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Fotografía: Convite de las alternativas. Tatiana Roa Avendaño (2022)

Por: Tatiana Roa Avendaño

Introducción

Durante los últimos dos siglos, la sociedad occidental y el sistema económico que la sustenta han construido su progreso en base al uso de combustibles fósiles como el petróleo, el carbón y el gas. Sin embargo, este desarrollo moderno ha llevado a la destrucción no solo de pueblos y culturas, sino también ha afectado el clima y ha influenciado nuestras aspiraciones y anhelos.

El intenso consumo de energía se ha logrado gracias a la disponibilidad de energías como el petróleo y el gas, que son baratas, de fácil extracción, almacenamiento y transporte, pero que generan graves consecuencias ambientales y sociales. Este sistema económico y energético violenta tanto los cuerpos de las mujeres, los trabajadores y los territorios, como también usa la fuerza contra aquellos que defienden estos territorios. Además, existe una conexión entre el modelo económico basado en la explotación de la naturaleza para la extracción de la riqueza energética y la formación del patriarcado, en términos de dominación y subordinación, a través de la explotación del cuerpo de las mujeres. Las mujeres sufren no solo violencia, sino también ciertas representaciones culturales que las marginan. En resumen, nos enfrentamos a un sistema económico y energético que es perjudicial, opresivo, patriarcal y fundamentado en la desigualdad (Rativa, 2021).

La quema de combustibles fósiles ha exacerbado una grave crisis global que enfrenta la humanidad, y que incluso pone en peligro nuestra supervivencia. Esta crisis se manifiesta en problemas como el agotamiento de los comunes, la pérdida de biodiversidad, la degradación ambiental, la crisis climática, la creciente pobreza y desigualdad, la disminución de la energía disponible, la usurpación de tierras y derechos y la violación de derechos fundamentales. Todos estos problemas están interrelacionados y señalan un conflicto fundamental entre la civilización occidental, capitalista y antropocéntrica, y los sistemas que nos permiten nuestra supervivencia (Herrero, 2021, p. 10). Más aún, con la evidencia de que los hidrocarburos están alcanzando su límite ambiental, energético y económico de extracción es cada vez más evidente, lo que exacerba las disputas por la energía y, al mismo tiempo, acelera las discusiones sobre la transición energética. En estos debates, se reconocen las propuestas de las mujeres. Ellas demandan la urgencia impulsar cambios culturales profundos en nuestra manera de habitar y relacionarnos con la Tierra y abandonar la senda de los combustibles fósiles. Sin embargo, las élites han impuesto soluciones capitalistas tecnocráticas, han impulsado el uso de energías renovables a gran escala, han propuesto falsas soluciones muchas de ellas fundamentadas desde la economía verde. Esto ha transformado los paisajes rurales, con la aparición de proyectos de energía eólica y solar a gran escala, el impulso de proyectos de hidrógeno y la extracción de minerales como el litio y el cobalto. En el fondo, el interés del capitalismo es avanzar hacia un nuevo ciclo de acumulación, mediante procesos de descarbonización que, si bien no resuelven las múltiples crisis que enfrenta la humanidad, sí aseguran beneficios económicos a un pequeño grupo de empresas y personas. Lo que ha llevado a que, en la actualidad, diferentes actores con distintos niveles de poder e intereses compitan por el acceso a las riquezas minerales necesarios para el desarrollo de los proyectos de energía renovable.

Aunque el debate sobre la transición energética está en el centro de atención en muchos países, la verdad es que el consumo de energía sigue aumentando y los combustibles fósiles como el petróleo, el gas y el carbón siguen siendo los principales actores en la matriz energética global. Mientras tanto, los nuevos desarrollos en energías renovables no tienen en cuenta los límites físicos del planeta, lo que ha dado lugar a una nueva oleada de conflictos socioecológicos. En estas disputas también se manifiestan diferentes formas de entender la relación entre la sociedad y la naturaleza, diferentes perspectivas de género, diversas formas de relacionarse con la energía.

Este artículo buscar hacer una reflexión a partir de los caminos recorridos por Censat Agua Viva, una organización ambientalista colombiana, de la que soy parte, con profundas raíces en las luchas de defensa territorial frente a los proyectos extractivos, y en particular de su aprendizaje con las organizaciones de mujeres y los debates sobre la energía y la transición energética.

Por:

Tatiana Roa Avendaño[1]

Natalia Orduz Salinas[2]

El gobierno nacional colombiano defiende e impulsa la técnica de explotación petrolera llamada fracturamiento hidráulico o fracking en formaciones de lutitas, objeto de un gran debate nacional y mundial. Al momento de escribir este artículo, un gravísimo suceso ocurría en el país en relación con el desarrollo petrolero, de consecuencias prolongadas y que avivó la polémica alrededor del fracking, que el país se instaló desde hace cinco años por sus posibles efectos en la vida de comunidades y territorios.

El 2 de marzo de 2018, en la quebrada Lizama y el Caño Ciego del municipio de Barrancabermeja, explotó uno de los pozos abiertos en esa quebrada por la Empresa Colombiana de Petróleos (Ecopetrol). El chorro de aceite, lodo y agua alcanzó una altura de más de 15 metros, que provocó uno de los más graves derrames de hidrocarburos de los últimos tiempos. Ese pozo se conoce como Lisama 158p y se ubicó justamente a 27 kilómetros en línea recta del proyecto de Ecopetrol para hacer un experimento piloto de fracking. El desbordamiento del crudo contaminó más de 24 kilómetros de la quebrada, algunos kilómetros del río Sogamoso y se cree que trazas de petróleo llegaron al río Magdalena. La región, densamente poblada por campesinos y pescadores en pequeños asentamientos alrededor de las fuentes hídricas y las vías principales, se ha visto gravemente afectada ambiental, social y económicamente.  

El fracking en lutitas o rocas generadora paraextraer petróleo o gas es un procedimiento tecnológico que se viene abriendo camino en Colombia desde hace casi dos décadas en favor de las empresas petroleras, que desde el año 2000 han hecho varios esfuerzos por avanzar con proyectos de los llamados yacimientos no convencionales (YNC). Entre estos, el fracking es quizás el más debatido. En Boyacá y Cundinamarca, la petrolera canadiense Nexen Petroleum Colombia Limited (en adelante, Nexen) ha explorado formaciones de lutitas en busca de gas; en los departamentos de Cesar y de La Guajira, Ecopetrol y la empresa estadounidense de carbón Drummond tienen proyectos para explotar metano en mantos de carbón. Otras compañías que han incursionado en el negocio son la angloholandesa Shell, las también estadounidenses Exxon y Connoco Phillips y la canadiense Canacol. En la Ronda de negocios petrolera de 2012, fue cuando se adelantó la primera y amplia oferta de crudos no convencionales.

En el último quinquenio, poblaciones y organizaciones ambientalistas lograron posicionar un amplio debate nacional sobre los yacimientos no convencionales, en particular, sobre su explotación por medio del fracking. Pasaron varios años mientras los proyectos exploratorios avanzaban sigilosamente buscando campos para fracking, antes que organizaciones ambientalistas y sociales levantaran denuncias que lograran tener receptividad en el resto de la población colombiana. Fue así como en 2012, varias organizaciones de Boyacá, Meta y Bogotá promovieron la llamada Primera Jornada Nacional contra el Fracking.

Después de que el debate se instalara en el país y de que llegara a otros lugares del mundo, jóvenes del municipio de Guasca (Cundinamarca) y luego pobladores locales en el municipio de San Martín (Cesar) iniciaron fuertes campañas locales. Activistas y comunidades denunciaron los riesgos que entrañan proyectos petroleros portadores de una técnica ampliamente cuestionada internacionalmente.

A medida que ha crecido la oposición ciudadana al fracking, se ha hecho más insistente la voluntad de del gobierno colombiano por implementarlo, representado en esta materia por el Ministerio de Minas y Energía. A tal oposición la antecede y la constituye un conflicto socioambiental antiguo generado por la explotación de hidrocarburos en sí misma, que en nuestro país tiene cerca de un siglo. La actividad petrolera hoy tiene una inmensa deuda ambiental con las regiones extractoras: la promesa de desarrollo para ellas nunca llegó. Al contrario, las comunidades han denunciado daños ambientales, sociales, culturales y económicos. Adicionalmente, la sensibilidad ambiental de la población ha crecido a medida que la crisis ambiental se agrava.

En las siguientes páginas, se analiza especialmente el discurso con el que el Estado promueve el fracking, mostrar sus componentes, recursos y los sectores aliados. También se presentan los procedimientos que utiliza en el debate con los sectores que están en contra del fracturamiento hidráulico y hacer una valoración del debate. Este análisis se desarrolla en la tercera parte y toma como referencia teórica y metodológica la propuesta del lingüista de los Países Bajos Teun Van Dijk para analizar de manera crítica un discurso ideológico de un grupo de interés con una relativa posición de poder.

La hipótesis que nos motivó a este análisis es que el discurso estatal es muy cercano al de la industria petrolera y, al mismo tiempo, es excluyente con la ciudadanía y las comunidades que cuestionan la técnica, desconoce la diversidad territorial y étnica y, por ello mismo, tiene un carácter antidemocrático.

La primera y la segunda parte se presentan como el contexto en los que se surge este discurso. La primera, describe los avances del fracking en Colombia y la segunda resume las críticas de los movimientos sociales ante esa técnica. Concluimos el texto con algunas reflexiones a partir de la confrontación de algunos de los pilares de este discurso con las respuestas que dieron –o no dieron–  estos defensores del fracking a una situación real: el derrame de petróleo en el pozo Lisama 158p.

DESCARGUE EL TEXTO COMPLETO AQUÍ


[1]     Ambientalista colombiana, miembro de Censat Agua Viva y de la Alianza Colombia Libre de Fracking

[2]     Ambientalista colombiana, defensora de derechos

NOTA: Este artículo hace parte de libro: Conflictividad socioambiental y lucha por la tierra en Colombia. Entre el Posacuerdo y la globalización, editado por Catalina Toro Pérez, Pablo Ignación Reyes e Ivonne Patricia León y publicado por la editorial de la Universidad Nacional de Colombia (2021)

Mario Mejía Gutiérrez en el Festival de Expresiones Rurales y Urbanas en Bucaramanga

Por Tatiana Roa Avendaño1

Durante casi dos décadas, el maestro Mario Mejía Gutiérrez acompañó el proceso campesino Agrovida, que surgió de la defensa del páramo El Almorzadero. Censat Agua Viva, de la que somos parte, empezó a trabajar allí hace tres décadas con las comunidades de Cerrito y Concepción buscando frenar un proyecto carbonífero. En uno de los primeros viajes a la Provincia de García Rovira, lugar en el que se asienta el páramo, viajamos él y yo en bus desde Bogotá hasta Málaga, capital de la provincia. Este texto recuerda ese recorrido que me permitió acercarme a Mario y empezar una bella amistad.

Si no estoy mal, viajamos un domingo, porque el lunes empezaba una agenda convenida entre Agrovida y Censat Agua Viva para toda la semana, con gente de la región. El campesinado tenía inmensas expectativas, igual que Censat. La actividad central era un taller teórico-práctico sobre Agriculturas para la Vida que habíamos acordado hacer tanto para quienes vivían allá, como para las personas que laborábamos en Bogotá, pero, finalmente, por cuestiones de las múltiples tareas, solo María Stella Sandoval, responsable del trabajo de García Rovira, y yo asistimos al taller.

Para llegar a Málaga, viajamos por tierra. Los vuelos en avioneta, que existieron años antes, se habían cancelado para esa época. Le expliqué a Mario, quien inicialmente viajaría solo, que no podría hacerlo por vía aérea y que lo mejor sería salir por tierra desde Bogotá directamente y no llegar primero a Bucaramanga en avión y de ahí tomar carretera. Que el trayecto se haría en unas 10 horas. Mario aceptó, siempre y cuando alguien lo acompañara y que el viaje se hiciera durante el día. Le dije que lo acompañaría.

Lo recogí en la casa del maestro y geógrafo Joaquín Molano. Salimos temprano del Terminal de transportes de Bogotá en una de las líneas de buses que viajan Bogotá – Cúcuta por la ruta de Duitama. Recuerdo que los días previos al viaje, algunas personas que lo conocían me contaron que Mario era un hombre malgeniado y cascarrabias y que, seguramente, el viaje con él sería difícil. Aun así, estaba muy emocionada de poder compartir con él esta experiencia.

Durante el viaje, fui conversando con él sobre los municipios boyacenses y el trabajo que años atrás había hecho Censat Agua Viva en algunas de las regiones carboneras de Cundinamarca y Boyacá denunciando la presencia de niños y jóvenes en las tareas mineras. Le conté de los páramos y lugares que recorríamos en nuestro viaje, de la experiencia en García Rovira, de los años que llevaba viajando por esta carretera para llegar a la provincia, de lo mucho que me gustaba observar las aguas deslizándose por la montaña, de la alegría que me daba observar la sierra nevada del Cocuy cuando se dejaba ver entre el horizonte. Él me contó sobre su familia, sobre sus épocas de agrónomo convencional, sobre cómo se había “torcido” para el mundo de las agriculturas para la vida, de su relación con las semillas. Hablamos y hablamos, hasta que el cansancio nos derrotó. Entonces, se puso serio, lo noté molesto. El viaje, sin duda, era fuerte para él. Luego de atravesar el páramo de Guantiva entre Cerinza y Susacón, su genio empezó a cambiar. Llevábamos casi 5 horas viajando, por una carretera pesada, con curvas y, en algunos trechos, destapada. Nuestros cuerpos sentían el rigor del viaje, de estar tantas horas sentados. Pero ahí, de en medio de la nada, antes de llegar a Soata, surgieron una señora y un niño que se subieron al bus. Su rostro se transformó, el niño dejó ver la dulzura de su ser, estuvieron casi una hora en el bus. En ese rato, se entretuvo hablando con ella y el niño . “Este país no tiene futuro si no cuida y protege a sus niños y niñas” me dijo.

En Soata, me advirtió categóricamente: “si no llegamos antes de las 8 de la noche a Málaga, no sé qué vas a hacer Tatiana Roa”. Le dije que no se preocupara, que ya nos estábamos acercando y que iba a conocer uno de los lugares más maravillosos de Colombia: el Cañón del Chicamocha. Pasamos por Tipacoque, hablamos de la novela de Eduardo Caballero Calderón Siervo Sin Tierra, de los retos que tiene el campesinado colombiano no sólo para acceder a la tierra sino para transformar la relación con ella y construir autonomía alimentaria, de las diversas experiencias agroecológicas de Colombia y América Latina, de la necesidad de transformar el sistema agroalimentario. Empezamos a descender por el cañón hacia Capitanejo y él, maravillado por la inmensidad de ese lugar, olvidó por un rato su cansancio. Luego, en voz alta me dijo: “ahora entiendo la dureza de ustedes en Santander, se tiene que ser fuerte para enfrentar la aridez de estas tierras. Hoy puedo comprender mejor a la gente de estos lugares”.

Llegamos a Capitanejo casi a las seis de la tarde, el bus se detuvo un rato y salimos de él a caminar. Necesitábamos estirar las piernas. Podía notar la fatiga de Mario, su rostro la reflejaba y volvió a recordarme: “Tatiana, no sé cómo usted me va a garantizar que a las 8 de la noche pueda estar ya durmiendo en el hotel”. Le respondí que tuviera la certeza de que antes de esa hora llegaríamos.

En las casi dos horas de viaje entre Capitanejo y Málaga, rogaba para que no le sucediera nada al bus y para que llegáramos a tiempo. Un poco después de las 7:30 p.m. llegamos a Málaga. Allá nos esperaba María Stella. Él no quiso comer, solo quería ir al hotel y descansar. Conversamos brevemente sobre la agenda de trabajo. Yo estaba cansada, pero también maravillada de nuestro viaje y ansiosa por estar en su taller.

Al siguiente día, muy temprano, estaba listo para empezar. Nos fuimos a la finca de Édgar, un campesino de Concepción que se había regresado de la ciudad al campo y que había comprado una tierra sin suelo, pero al que él y su familia, con infinita paciencia, habían recuperado y lo habían puesto a producir. Al llegar, Mario nos dijo: “este Édgar es un berraco, puso a producir esta roca, porque es una roca lo que tiene” y nos mostró la delgada capa de suelo recuperado sobre unas lajas, que era su pequeña finca. En la medida que iban llegando campesinas y campesinos, el rostro del maestro se iluminaba y su alegría y dulzura estaban más presentes.

Con ese viaje, empezó para él y para mí una linda amistad que pervivió por casi dos décadas. Hoy, agradezco a la vida haber conocido a Mario y haber podido compartir tantos momentos y aprendizajes. Su sencillez, sabiduría, espiritualidad, radicalidad, amor con la niñez, el valor que daba a las semillas y a la autonomía generada por producir nuestros propios alimentos son algunas de sus muchas enseñanzas.

Hoy sembramos a Mario, él estará en las muchas semillas que regó durante su comprometida vida.

¡¡¡Buen viaje, Mario!!!

1.Ambientalista colombiana hace parte de Censat Agua Viva – Amigos de la Tierra y candidata a doctora del Cedla de la Universidad de Amsterdam

Portada de Plurivese. A post-development dctionary

En esta publicación Daniele del Bene, Juan Pablo Soler y Tatiana Roa Avendaño aportamos nuestra definición de Soberanía Energética. Este concepto que viene siendo construido por diversos movimientos sociales que luchan contra la privatización de la energía y de las afectadas y los afectados por represas.

Descarge libremente el PDF en el siguiente link: https://www.academia.edu/39692614/Pluriverse_A_Post-Development_Dictionary_AUF_2019.NEW_BOOK_edited_by_Ashish_Kothari_Ariel_Salleh_Arturo_Escobar_Federico_Demaria_and_Alberto_Acosta._Download_full_ebook_for_free_PDF._License_Creative_Commons

Por Bibiana Duarte Abadía* y Tatiana Roa Avendaño**





Introducción
En los páramos1 de Colombia nace gran parte de los principales ríos del país; más aún, Colombia tiene la mayor parte de los páramos del planeta que representan alrededor del 2 % de la superficie continental del país. A pesar de su importancia, la situación es crítica. Un informe de la Contraloría General advierte que su deterioro y su actual estado podría afectar el abastecimiento hídrico de ciudades como Bogotá, Medellín y Bucaramanga. Además, las actividades mineras están sumando nuevos conflictos de los que actualmente provocan los procesos de expansión de la frontera agrícola sobre estos ecosistemas. Estas dos actividades económicas son consideradas las principales presiones de deterioro que hoy en día enfrentan los páramos en Colombia.
En la última década, los gobiernos de los presidentes Uribe (2002-2010) y Santos (2010-2018) han venido promoviendo políticas que favorecen la inversión extranjera para el desarrollo extractivista, entregando gran parte del país en concesiones mineras y petroleras a empresas nacionales o internacionales.

Para leer el artículo completo descargue el PDF anexo:

Cap 3 Duarte-Roa_Paramos y concepciones

Este artículo está publicado en el libro:

Caratula del libro: Equidad y justicia hídrica

La Guajira

Soñemos La Guajira sin minería. Ilustración de Angie Vanessita http://www.angievanessita.com

Por Tatiana Roa Avendaño

Bogotá, 1 de marzo de 2019

En el horizonte hacia el norte del municipio de Barrancas, en el departamento de La Guajira, se aprecia una serie de montículos; cualquier desprevenido pensaría hacen parte de las estribaciones de los Montes de Oca, un sistema montañoso situado en la región suroriental del departamento de La Guajira. No es así: son montañas artificiales de materiales estériles1, formadas luego de más de tres décadas de extracción de carbón térmico para la exportación. El emblemático cerro de El Cerrejón2, del que derivó el nombre de la mina, se extravía visualmente en medio de las múltiples montañas de estériles que ahora le rodean. El Cerrejón ya no es el cerro sagrado wayúu, ahora está bloqueado por la mina de carbón. El desarrollo minero no sólo se apropió del territorio, sino también de los referentes simbólicos de los pueblos guajiros3: indígenas wayúu y afrocolombianos, habitantes ancestrales de la península que lleva el nombre del departamento. Alrededor de 69 mil hectáreas son parte del proyecto minero, la mina de carbón a cielo abierto más grande del continente.

El antiguo valle del río Ranchería, que poseía las tierras más fértiles de esta región semi-seca, se transformó en un paisaje minero que consiste en protuberancias y cavidades, carreteables y carrileras del tren. Por él circulan cientos de mega-camiones que mueven el estéril y de paso moldean el paisaje. En el interior de la mina, veinticuatro horas cada día, como pequeñas hormigas transitan las grandes máquinas retroexcavadores que horadan la tierra extrayendo el mineral fósil. El tren se dirige al norte para llevar el carbón al puerto para su exportación hacia mercados de Europa, Norteamérica y Asia. El polvillo de estéril y de carbón se esparce por toda la zona y al reaccionar con el agua y el aire, contamina los ríos, los aljibes, los cultivos, los poblados. Un reciente informe de Indepaz (2018: 12) dice: “Las mediciones de la propia empresa demostraron alcanzar niveles de concentraciones de metales pesados como cadmio, plomo, zinc y manganeso, que sobrepasan de manera repetitiva y extrema los límites establecidos para preservar la flora y fauna”. La artista mexicana Dana Prieto llama a estos pasivos ambientales regalos malditos4. Más de tres décadas de extracción de carbón en La Guajira han provocado profundas transformaciones en el paisaje, en las dinámicas sociales, económicas y culturales de la media Guajira, y en general del departamento. El Cerrejón es un claro ejemplo del extractivismo moderno o neoextractivismo.

1 El material estéril es aquél que no tiene interés minero o económico para la empresa. El geólogo colombiano Julio Fierro cuestiona el hecho de que este material muchas veces se llama o considera inerte, es decir, que no puede producir reacciones químicas. Sin embargo, al entrar en contacto con el agua y el aire, provoca reacciones y produce aguas ácidas.

2 El cerro del Cerrejón es un lugar sagrado del pueblo wayúu. Allí se encuentran gran parte de las plantas medicinales que hacen parte de la tradición de los wayúu y afrocolombianos. El Cerro está dentro del área de concesión. Pero actualmente está controlado por un batallón minero-energético y los habitantes locales no pueden subir al cerro.

3 Todos los proyectos de la empresa minera han sido bautizados con nombres indígenas, como por ejemplo, el proyecto P500, para desviar el río Ranchería, fue nombrado Liwo ‘Uyaa, que en wayúu significa “las estrellas que anuncian la primavera”

4 La artista expresa que lo que deja la minería en los territorios, son regalos malditos que prometen progreso, mejoras estructurales, beneficios ambientales, pero que resultan ser más una maldición. 

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Ilustración Angie Vanessita http://www.angievanessita.com

 

Por Juan Pablo Soler y Tatiana Roa Avendaño

1. Introducción
El proyecto Hidroituango refleja cómo después de varios años de construir hidroeléctricas y de tomar el control de las aguas del departamento Antioquia se oficializa el despojo de tierras, de las aguas y de las culturas a través de los discursos de «desarrollo», «progreso» y las figuras jurídicas de utilidad pública. Las alianzas políticas, junto con poderes económicos representados a través de empresas constructoras, bancos internacionales y/o propietarios de las tierras, constituyen redes de autoridad poderosas, encargadas de materializar cada uno de estos discursos. Sin embargo, a medida que la construcción del proyecto Hidroituango avanza, estos discursos de desarrollo y utilidad pública se transforman en estrategias para despojar a los pobladores locales de su río, sus lugares y formas de vida. Por su parte, las comunidades afectadas han avanzado en procesos de organización social, promovidos por el Movimiento Ríos Vivos de Antioquia. El acceso a la información clara, utilización de recursos legales, movilizaciones masivas y otras acciones de resistencia se encaminan hacia el respecto de los derechos de las poblaciones afectadas.

Lea el texto completo en el archivo anexo

libro Agua y Ecología YacoubDuarteBoelens2015

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Arpillería. Ejercicio de memoria Ríos Vivos Santander. Archivo Censat Agua Viva

Tatiana Roa Avendaño, Translated by Laura Beratti

During the last few years, arguments have been put forward to defend the aggressive territorial occupation by oil companies, even in places with no extraction history. Throughout 2016, the importance of oil development in the post-conflict period was emphasized by both president Juan Manuel Santos and the management of Ecopetron and other companies, as well as the Ministry of Mines and Energy. However, during the last few months, the development of community initiatives has managed to stop some extractive projects by articulating different mobilizations, legal, advocacy, and communication strategies, thus thwarting the oil sector.

After the popular consultation in Cumaral–Meta, where, on June 4, 97% of voters decided to ban “seismic exploration, exploratory drilling, and hydrocarbon production activities” in their municipality, the debate became even more heated regarding local participation in deciding over matters related to the so-called Locomotora Minero–Energética (the “mining-energy locomotive”).1 On the same day of the consultation, the president of the Colombian Petroleum Association (ACP), Francisco José Lloreda Mera, disregarded the results, and even before he had stated that “the Colombian oil industry is seriously threatened.”

This article is intended to describe the different positions around peacebuilding in Colombia.

Extractivist Pax

During the II Congress of the Colombian Petroleum Association, which took place in the last week of September, 2016, at the time when the Peace Agreement between the government and the Revolutionary Armed Forces of Colombia (FARC) was signed, Francisco José Lloreda Mera pointed out that “the future of the country is intertwined with that of the [oil] industry” and the contribution made by the sector “is essential to ensure a stable and lasting peace.” In his presentation Hidrocarburos y paz: una ventana de oportunidad (Hydrocarbons and Peace: a Window of Opportunity) he stressed that the new, post-conflict economy must be “additional and complementary to, and not a replacement for, the oil economy.”2 His argument is based on the fact that the oil sector has been the financial support for the country’s fiscal sustainability. With the oil barrel at a price of up to 100 US dollars —between 2010 and 2014— and with production (extraction) peaks of up to one million barrels a day, the Colombian economy became dependent on mining-energy, particularly oil, revenues.

For Lloreda Mera, in “times of peace” goals should be more ambitious: production should double, or even quadruple, by extending exploration to new extractive frontiers, particularly off-shore and in the Amazonia, in order to increase reserves, since now they are enough for the next 5 or 6 years at the current extraction rate. And of course, this can only be achieved by improving conditions for investors. This is the thinking of the minister of Mines and Energy Germán Arce Zapata. He believes that “once peace is achieved, those conflict areas which are difficult to access will be places where hydrocarbon, mining, and energy projects will come true.”3

What has been stated by Lloreda Mera and Arce Zapata confirms the concerns of certain social sectors of the country, which have expressed that the Colombian government is not actually interested in overcoming the structural causes of the conflict, but in opening those areas to foreign investments. Maristella Svampa calls it “extractivist pax” and warns that, as it is conceived by dominant groups, “it would imply nothing but the radicalization of war through other means (higher criminalization, more environmental advocates being murdered, strengthening of the chain of violence).”4

The interests of companies and governments which have bet on the extractivist pax are against the aspirations of wide sectors of the Colombian society who yearn for peace hoping to build a country on new democratic foundations and with greater social and environmental justice. But it is not —and will not be— easy for them. This has been clear since 2015, as many municipalities have promoted and performed popular consultations and/or municipal agreements to stop the progress of extractive projects in their areas. Three of the consultations directly affect oil projects: Tauramena (Casanare), Cabrera (Cundinamarca), and Cumaral (Meta), which has resulted in a broad political and legal debate between communities, courts, environmentalists, businesspeople, and the national government. The truth is that the national government’s extractive project planned for the post-conflict economy is being threatened. The government has even refused to discuss this project with the insurgent groups, and is currently considering how to stop the rise of participatory democracy.

The extractive sector in the Colombian economy

Promoting a new extractive cycle for more than a decade has led to a dependence on the sector’s revenues. Uribe’s governments (2002–2006; 2006–2010) and Santos’ governments (2010–2014; 2014–2018, currently in office) have offered extensive benefits to foreign investors, which caused a rise of extractive projects, also favored by high oil and mineral prices during the early 21st century. Now the mining-energy sector accounts for 7% of the GDP and about 50% of exports. Until 2014, oil exports alone accounted for 52.79%, but in 2015 they decreased to 35.9% of the country’s total exports.5

In fact, the Extractive Industries Transparency Initiative (EITI Colombia) report carried out by the Ministry of Mines and Energy (2017) highlights that the decrease in the prices of oil and other minerals seriously affected the sector and represented a decrease in the country’s revenues from taxes and royalties. “Tax collection decreased by 34.8 %, and royalties collection, by 10.7 %,” which amounts to approximately USD 3 billion a year, while direct foreign investment decreased by 35% in 2015 in the hydrocarbons sector and 66.3% in the mining sector.6

In 2013, in a document prepared by the National Economic and Social Policy Council (CONPES), Conpes 3762: Lineamientos de Política para el desarrollo de Proyectos de Interés Nacional Estratégico (Pines) (Policy Guidelines for the Development of Strategic Projects of National Interest) the national government identified more than 250 investment projects of the transportation, energy and mining, and hydrocarbons sectors. Twenty one strategic initiatives were prioritized for the hydrocarbon sector: seven for exploration, one with five offshore blocks, five projects related to unconventional deposits, five production projects, one midstream project, and three downstream projects.7

The Strategic Projects of National Interest (Pines) are intended to reduce the number of procedures and processes for environmental licensing, acquisition of plots of land, and prior consultations. “Since 2015, Colombia’s National Hydrocarbons Agency (ANH) has made the oil companies’ investment commitments even more flexible. One of the favorable measures was to create project postponement conditions and to make it easier to go from a technical assessment contract to an exploration contract, allowing companies to avoid certain procedures and save time. In addition, the scheme of oil auctions or rounds which were performed every two years was replaced by a more flexible system by which companies can contract blocks with the ANH more often.”8 The rise of the extractive model not only favored companies, but also regional and national groups of power which have continued to offer guarantees to foreign investors.

Mobilization against the extractive model

The increase in extractive projects has exacerbated socio-environmental conflicts, and several territorial defense processes and a significant citizen mobilization were triggered. There may be two explanations. Firstly, the environmental crisis suffered by the territories, particularly where extractive projects have already been developed: Meta, Casanare, Guajira, and Cauca, which has set off the alarms about new projects. Secondly, the extension of the extractive frontier towards other territories has triggered concerns in locals, who have never imagined having projects of this nature, which even require using new, more aggressive technologies with a heavier consumption of energy, materials, and water, thus generating a growing concern in those territories.

Based on the map prepared by the Environmental Justice Organizations, Liabilities and Trade (EJOLT) project, more than 115 socio-environmental conflicts have been recorded in Colombia, most of them due to extractive projects. The database of the Center for Research and Popular Education (CINEP) has also warned about the socio-environmental conflicts that are becoming increasingly important, now accounting for 30% of the cases recorded in the country. This confirms that mobilization for socio-environmental justice has been growing, with important victories achieved. An example of this is that all the popular consultations that have been made have been won9and the use of citizen participation mechanisms rose over the past year, with more than 40 being processed, in addition to popular initiatives. On the other hand, municipal authorities and councils have made municipal agreements to prohibit extractive projects in the municipalities of Antioquia, Huila, and Caquetá.

The government and companies have tried to disregard the results of these consultations, while, on the other hand, the environmental policy action has managed to spark off an important national debate, which has received interesting responses from the high courts. In August 2016, the Constitutional Court issued the ruling T-445-16 by which it ratified the territorial entities’ sovereign decision to regulate the use of land and ensure environmental protection, “even if exercising such prerogative leads to prohibiting the mining activity.”10 This decision was ratified in the first week of June by the Council of State.

The growing mobilization for environmental justice is certainly questioning the government’s current extractive model, which represents the notion of peace it tried to impose through the peace agreement signed with the FARC. This mobilization has invigorated numerous sectors of the country, including environmentalists, workers, educators, farmers, indigenous people, Afro-Colombians, who spoke out on June 2nd, when more than 200,000 people in cities such as Ibagué, Bucaramanga, Bogotá, and Armenia, and over 25 municipalities in Tolima, Caquetá, Quindío, Meta, and Santander, joined the IX Carnival Parade in Defense of Water, Life, and Territory. This year not only the victory of Cajamarca’s popular consultation was celebrated, but Cumaral’s consultation, two days later, received wide support. The conflict between the extractivist pax and peace with social and environmental justice is sharp. We have yet to see how things turn out.


A tailor made fast-track for companies

The heavy dependence on oil revenues has led the government to grant more and more privileges to foreign companies. On May 26th, the president of the Republic issued Legislative Decree No. 883 modifying tax reform Act 1819/2016, to include mining, hydrocarbon exploitation, and port companies —major taxpayers— in the benefits laid down in such law. This Decree-Law authorizes companies of said sectors “to pay up to 50% of the income tax and complementary taxes, by allocating this value to direct investment in executing socially significant priority and feasible projects in different municipalities located in the Zones Most Affected by the Armed Conflict (ZOMACs), which have been approved by the Territory Renewal Agency (ART) and the National Planning Department (DNP).”11

This decree is part of another series of measures, called “fast-track,”12 intended to facilitate and ensure the implementation and regulatory development of the Agreement between the national government and the Revolutionary Armed Forces of Colombia. The government’s argument is based on the connection with Point 1 of the Final Agreement, which stresses “the relevance of investments in road, irrigation and drainage, electricity and connectivity, and healthcare infrastructure,” and Section 1.2, which “points out that in the zones affected by the conflict, a structural transformation of the rural area and sector and a fair relationship between the rural and the urban areas must be achieved. To this end, among other goals, development and integration of the regions which have been abandoned and struck by the conflict must be ensured, by implementing progressive public investments.”13

Or, to put it in different terms, the government would be using extraordinary powers to disregard the Congress decision made by late 2016, in order to grant benefits to foreign investors. This is because no additional payment is being generated by the companies, but they are being enabled to pay up to 50% of the income tax and complementary taxes by allocating that money to executing works in the ZOMACs, money which should flow into the state’s coffers. In other words, functions of collection and execution of public funds coming from taxes are being delegated to private companies.

This article was originally published at Observatorio Petrolero Sur. Translated and published with permission.

End Notes:

[1] Author’s note: This is how Juan Manuel Santos’ government called a massive exploitation project for mining deposits and energy developments as the backbone of his plan to boost the economy of the country.

[2] Lloreda Mera, F 2016, Hidrocarburos y paz: una ventana de oportunidad, in II Congreso de la Asociación Colombiana del Petróleo, September 26, Bogotá. Viewed in http://www.congresoacp.com/congreso2016/images/apertura/intervencion__congreso_acp2016_.pdf

[3] Portafolio 2016, Los retos de la economía tras el fin del conflicto, August 24, Bogotá. Viewed in http://www.portafolio.co/economia/retos-dela-economia-colombiana-tras-el-acuerdo-depaz- 499846

[4] Svampa, M 2017, “Prólogo,” in Roa Avendaño, T et al (Coord.) 2017, Como el agua y el aceite, Conflictos socioambientales por la extracción petrolera, Censat Agua Viva, Bogotá.

[5] Ministerio de Minas y Energía (MME) 2017, Informe Eiti Colombia, Vigencias fiscales 2014 y 2015, Government of Colombia, Bogotá, pp. 22-23

[6] Ibid., p. 11.

[7] Ibid., p. 54

[8] Roa Avendaño, T et al (Coord.) 2017, Como el agua y el aceite, Conflictos socioambientales por la extracción petrolera, Censat Agua Viva, Bogotá.

[9] Author’s note: Since 2015 seven popular consultations have been performed, two of which prohibit hydrocarbon projects (Tauramena-Casanare and Cumaral-Meta), four prohibiting mining projects (Piedras, Cajamarca-Tolima, Arbeláez-Cundinamarca, and Pijao-Quindío), and one in Cabrera (Cundinamarca) which prohibits any type of mining-extractive projects.

[10] Corte Constitucional 2016, Sentencia T-445-16, Bogotá./ — (2017). Sentencia T-622-16, Bogotá.

[11] Voces por Colombia 2017, citizen intervention on the occasion of the automatic review of constitutionality of Decree-Law no. 883 dated May 26, 2017, “by which Act 1819 of 2016 is modified in order to include mining and hydrocarbon exploitation companies so that they can pay taxes by means of works”. Unpublished.

[12] Author’s note: In order to enter into or put into practice the peace agreement signed by the Colombian government and the FARC, a number of laws and constitutional reforms are required. Therefore, through a legislative act (No. 1 of 2016), the “fast track” was established. This is a mechanism which reduces the number of debates in Congress to approve laws and constitutional reforms, and confers extraordinary and exceptional legislative powers to the President. The decree’s term period is 180 days after the Legislative Act effective date.

[13] Ministerio de Hacienda y Crédito Público 2017, Decreto Ley 883, Government of Colombia, May 26, Bogotá.

[14] Voces por Colombia 2017.

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Este documento es un trabajo colectivo de organizaciones y personas que somos parte de la Alianza Latinoamericana frente al fracking, realizado en 2016. Participamos en el equipo editorial: Aroa de la Fuente, Julio Holanda, Astrid Milena Bernal, Tatiana Roa Avendaño, Hernan Scandizzo, Héctor Herrera Santoyo, Bianca Diele, Ariel Pérez Castellón y Roberto Ochandio.

Introducción
América Latina es una región altamente dependiente de los combustibles fósiles tanto como bien exportable, como el consumo interno. El 78% de la energía consumida en la región es de ese tipo de fuente. Para mantener esta matriz energética local y global, los países productores de hidrocarburos han estado extrayendo estos recursos a tasas muy elevadas, lo que impactó en una amplia caída de las reservas en buena parte de ellos.
Ante esta situación, varios gobiernos Latinoamericanos están promoviendo el avance extractivo sobre nuevas fronteras hidrocarburíferas en el intento de incrementar sus reservas de petróleo y gas, a la vez que desestiman la búsqueda de alternativas energéticas sostenibles. La ampliación de estas fronteras conlleva, por una parte, el avance territorial de las actividades extractivas sobre áreas protegidas, territorios indígenas o ecosistemas frágiles como la Amazonía. Por otra parte, impulsa la extracción de energías extremas, hidrocarburos que por una serie de condiciones geológicas, técnicas y financieras no habían sido explotados hasta la actualidad.

Lea el texto completo en archivo anexo. informe_regional_ultima_frontera_alff

Lea el capítulo sobre Colombia en archivo anexo. informe_regional_ultima_frontera_alff

Autores: María Cecilia Roa García*, Tatiana Roa Avendaño**
y Alberto Acosta***

No hay un camino para la paz,
La paz es el camino
Mahatma Gandhi

Artículo publicado en: Ecología Política Latinoamericana. Pensamiento crítico, diferencia latinoamericana y rearticulación epistémica. Clacso

Ilustracion: Angie Vanessita. http://www.angievanessita.com

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Ilustración: Angie Vanessita http://www.angievanessita.com

Colombia en transición hacia la paz con justicia ambiental.

El año 2016 marca un nuevo comienzo en la historia de Colombia. Con la ratificación del acuerdo entre el Estado colombiano con las FARC se pretende poner fin a un período de más de 50 años de hostilidades. Igualmente quedó abierta la puerta para la negociación entre el gobierno nacional y el Ejército de Liberación Nacional – ELN. Sin minimizar la trascendencia de este proceso, argumentamos que el fin del conflicto armado en Colombia podría conducir a la exacerbación de los conflictos socio-ambientales que han caracterizado la larga historia de actividades extractivas y de los métodos violentos que han primado en este país para lidiar con dichos conflictos. Recordemos que el gobierno de Colombia depende del sector extractivo como generador de ingresos, y ha asignado grandes áreas a inversionistas privados para el desarrollo de actividades asociadas
con la extracción petrolera, minera, y los monocultivos para exportación; y por otro lado, porque propone el extractivismo como fundamental para financiar, espera que los ingresos que se obtengan del extractivismo sean una fuente fundamental de financiamiento de muchos compromisos del proceso de transición a la paz.

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